22 sept 2012

Literatura sin etiquetas

Durante la presentación de El Teatro de los Prodigios se efectuó una lectura que podría resultar de interés a los visitantes de Molinos Cibernéticos. Aunque el texto alude a la obra presentada y se enmarca en el acto en cuestión, el tema tratado es lo bastante general como para seducir a todos los amantes de la literatura fantástica. Constituye una oda al género y una crítica contra el corsé literario, y creo que merece la pena colgarlo por aquí.
 
A continuación, el texto íntegro. Espero que sea de vuestro agrado.


EL TEATRO DE LOS PRODIGIOS: LITERATURA SIN ETIQUETAS

  De niño guardaba ilusiones, misterios y mundos completos en las estanterías. Allí estaban, como una colección de sueños, esos pequeños objetos maravillosos: los libros.

Literatura fantástica  Abría uno de ellos y la magia de las palabras se desplegaba ante mí, arrastrándome a través del tiempo y el espacio y permitiéndome compartir las aventuras de caballeros y piratas, exploradores y princesas. Y cuando cerraba el libro, arrebujado entre las sábanas, y apagaba las luces porque al día siguiente me aguardaban las obligaciones escolares, aún flotaban ante mí aquellos personajes, gritándome arengas, llevándome con ellos en sus múltiples andanzas. Y a veces, un niño vestido de verde tocaba en mi ventana para venirme a anunciar que había perdido su sombra.

  Con el tiempo, por desgracia, las magias de la infancia se van evaporando ante nuevas inquietudes, los asuntos de la madurez. La maravilla ante lo desconocido pierde fuelle porque lo desconocido deja de serlo. Se abre el telón y se nos muestra el mundo desnudo, tal y como es, con todas sus barreras y sus asfixias, con sus blancos y negros. Al hacernos mayores claudicamos ante la realidad, en la vida del adulto no queda tiempo para soñar. ¿Somos libres los adultos?

  Dicen que el libre albedrío existe. Que el determinismo solo es una invención de los físicos mecanicistas, una abstracción. Que si yo, por ejemplo, muevo ahora mismo esta mano, es porque quiero hacerlo. Somos libres, eso dicen. Pero también un pájaro enjaulado puede batir  las alas. Un animal en cautividad jamás echará de menos el opulento mundo que se extiende tras su prisión precisamente porque no lo conoce. Al serle ajeno, se imagina libre en su pequeño espacio, aunque el instinto le revele tenuemente la aciaga verdad a través de una misteriosa melancolía.

  A nosotros, los seres humanos, nos gobierna el mismo espejismo. El momento y lugar de nuestro nacimiento condicionan cómo será nuestra vida. La cultura, el derecho, el mundo sociopolítico, desde cierto punto de vista restringen nuestras libertades. Y si me apuráis aún podemos ascender un peldaño más: las leyes físicas de nuestro universo, las limitaciones de la realidad en que nos desenvolvemos, constituyen los auténticos barrotes de nuestra jaula. Seríamos verdaderamente libres si pudiéramos coleccionar llamas de fuego, caminar sobre las aguas, resucitar a nuestros muertos, besar impunemente al amor no correspondido. Seríamos de verdad libres si pudiéramos volar.

  Supongo que todos conocéis el mito de Dédalo e Ícaro, dos mortales que tuvieron la osadía de construirse unas alas de cera para escapar de un laberinto y alcanzar la libertad. Pero Ícaro se aproximó demasiado al sol, la cera se derritió y fue enviado de nuevo al abismo. El laberinto, el sol, representan la realidad. Una realidad que, como la jaula de un ave, como en el cuento de Ícaro, se encuentra tanto arriba como abajo, nos rodea por doquier, de una suerte claustrofóbica.

  Sin embargo, no todo es negro en esta idea. Porque, afortunadamente, y a diferencia de los animales, gozamos de una forma de escapar de nuestro destino de jaula. Os hablo, amigas y amigos míos, del poder de la imaginación. Y una de las mayores manifestaciones de este poder, acaso la más inmortal, sea la literatura.

  La literatura es un portal directo a la libertad. Cuando abrimos un libro, conjuramos ese portal. Cuando comenzamos a leerlo, franqueamos esa cancela e ingresamos en un mundo en el que todo es posible.

  El librito que hoy os presento no es más que eso: un canto a los sueños. Sería pretencioso por mi parte declarar que con este libro os devuelvo la libertad, pero no soy yo quien lo hace, sino vosotros mismos a través de la propia literatura. Porque la literatura, ante todo, siempre ha sido eso: un navío de palabras surcando los mares de la imaginería.

Dédalo e Ícaro  ¿Qué encontraremos aquí, dentro de estas páginas? Un homenaje al prodigio. Una colección de cuentos para adultos que, sin embargo, también puede ser leída por jóvenes. Cuentos ambientados en escenarios realistas en que el absurdo, a la manera cortazariana, penetra como una sutil pincelada, o como un explosivo huevo de Dalí. Podríamos por tanto anunciar estos cuentos como fantásticos. Pero ese afán de etiquetarlo todo, de clasificar las cosas en categorías, es lo que lleva a muchos de nosotros a confundir literatura fantástica con literatura juvenil, o a vincular erróneamente el género con dragones y naves espaciales. Y olvidamos que la literatura, en esencia, siempre ha sido fantástica. La narrativa es ficción por naturaleza. El realismo radical solo es una moda pasajera, una vanguardia más, mientras que todos los grandes escritores se han valido, se valen y se valdrán del tintero y la pluma para construir sus más descabelladas fantasías, desde Homero hasta Borges, pasando por Milton, Dante, Cervantes, Poe, Stevenson, Kafka, García Márquez y un largo etcétera. Fue uno de ellos, Oscar Wilde, quien dijo que a todo aquel escritor que sea capaz de llamar pala una pala deberían obligarle a usar una, porque es para lo único que sirve.

  Con estas palabras, amigos y amigas, no pretendo delimitar mi libro, sino justo lo contrario: romper los límites, demoler las barreras. Porque la literatura no los admite. Porque, como ya he expresado, reniego de las etiquetas. Pero una cosa está clara: los que busquen moralinas en mis cuentos no las encontrarán. En ellos abundan las reflexiones, son cuentos que espejan el mundo en que vivimos. Como anuncia la contraportada, el componente fantástico se releva como simple excusa para ahondar en la condición humana y presentar situaciones que nos son terriblemente familiares. La fantasía está al servicio de la narración, es un recurso más, un instrumento narrativo para alcanzar un objetivo muy preciso, que es contar una buena historia. Pero no se puede negar lo evidente: quienes se aproximen a estos relatos no hallarán sino una forma inmediata de llenarse el alma de la evasión que nos ofrece la literatura.

  El Teatro de los Prodigios está destinado a todos aquellos a quienes la realidad no nos basta. Porque ya está fabricada, porque nos rodea a todas horas y estamos aburridos de ella. Porque lo que ansiamos de verdad, a través de los libros, es salir de la jaula, sentir la libertad. Los libros son unas alas para volar, unas alas a prueba de laberintos e inmunes al sol.

  Este libro es, por tanto, para todos vosotros. Sé que todos y cada uno lleváis un soñador dentro; cada cual guarda una Atlántida en el corazón, en el centro mismo del alma. No solo de pan vive el hombre: nos alimentamos de sueños, nos nutrimos de ilusiones. Por eso os abro las puertas a este teatro que he construido para vosotros, y espero sinceramente que os guste la función.

  Amigos, amigas, bienvenidos pues a El Teatro de los Prodigios.